En México, la insatisfacción
con la democracia tiene distintos orígenes, y sin embargo, uno se coloca como
principal: el origen de la pluralidad ha sido eficaz a la hora de acortar
desigualdades y confrontar los privilegios. Un segmento amplio de mexicanas y
mexicanos se percibe tratado injustamente y con asimetría a la autoridad, la
ley y las demás personas. No importa el campo de interacción social que se
aborde, la educación, la salud, la justicia, el mundo de trabajo, la libertad,
una y otra vez nos topamos con un cierre social construido explícitamente para
asegurar la exclusión.
Sin embargo, la asimetría
en el ingreso no es la única relevante. Actúa junto con ella su hermana
siamesa: la desigualdad de trato. Desde el resorte cultural y el de las
instituciones, se fabrican estigmas, marcadores y prejuicios sociales,
disponibles para que grupos abultados de personas sean aportados de los
derechos las libertades y beneficios obtenidos por el esfuerzo común.
La desigualdad de
trato y la discriminación son sinónimos: se está enfrente actos discriminatorios
cuando los mejores empleos del país incluyen a las mujeres y a los jóvenes; cuando
4 de cada 10 indígenas mexicanos no tienen acceso a la salud; cuando 9.9 de
cada 10 trabajadoras del hogar no cuentan con ninguna prestación formal; cuando
7 millones de personas no poseen acta de nacimiento: cuando 8 de cada 10
habitantes no tienen acceso al sistema bancario convencional; cuando la desnutrición
prevalece en las comunidades menores a los 15 mil habitantes; cuando 7 de cada
10 estudiantes de 15 años están reprobados en matemáticas, escritura y ciencia;
cuando las cárceles están pobladas entre jóvenes entre 18 y 30 años, de escasos
recursos y bajos niveles de educación, cuando la concentración de los medios electrónicos
de comunicación hacen que solo algunos expresen su libertad de expresión.
El cierre social
coloca de un lado a las mujeres y del otro a los hombres, comparan la
ascendencia indígena con la europea, a los jóvenes contra los adultos, a los
heterosexuales con los homosexuales, a los que practican una religión
mayoritaria con lo que tienen una fe distinta; distancia a partir de la clase social,
la apariencia física, el lugar de nacimiento, el color de piel y un largo etc.
En México ni las
instituciones ni el derecho han sido capases de hacer estallar este cierre
social. La nuestra sigue siendo una sociedad fuertemente discriminatoria; nos
alejan en todo de la democracia las barreras de entrada que confirman el nepotismo
y los privilegios como fuente principal de las oportunidades.
Con el ánimo de
colocar este tema en el centro de la futura agenda pública mexicana, a
instancias de Ricardo Busio Mujica, presidente de conapred, durante el último año
y medio del cide y tal organismo se dieron a la tarea de elaborar el reporte
sobre la discriminación 2012.
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